La contemplación en “Platero y yo”.  

Posted by Verónica Barchiesi in

¿Quién no ha leído alguna vez Platero y yo? Realmente hermoso...
Mas allá del goce que su lectura nos provoque, siempre nos termina revelando algo; y esa revelación se nos antoja particular, en tanto somos nosotros, los lectores, quienes terminamos reescribiendo esa lectura.He aquí, entonces, la mía.
Mi estrategia de lectura, si se me permite utilizar este término, fue pensar por qué se puede optar por una lectura fragmentaria e independiente de cada capítulo, y al mismo tiempo leer, cómo ese fragmentarismo aparente se solidifica en una construcción de unicidad.
La respuesta puede hallarse inicialmente – casi por intuición - en la relación entre Platero y el poeta, siempre presente en cada capítulo o estampa; sin embargo existen operaciones significativas que nos permiten reconocer la unicidad del texto, como lo son las tematizaciones simbólicas de la melancolía, la soledad, la muerte, el tiempo, el cromatismo en el paisaje natural… Pero creo, que estos simbolismos pueden ser reconocidos gracias a una constante operación contemplativa en la narración. Partiendo de esta afirmación, será la contemplación en Platero y yo, lo que me propongo analizar (y compartir con ustedes) en este trabajo.

¿Vale preguntarse, qué es la contemplación en Juan Ramón Jiménez?
Definitivamente, sí. Creo necesario, a efectos de comprender esta lectura, reflexionar acerca del término contemplación. Si vamos a un diccionario, probablemente encontremos, al menos dos acepciones del término; la primera hará alusión a una forma atenta de mirar algo, y la segunda, describirá un tipo de meditación profunda, de carácter más bien místico.
En el caso de Platero y yo, ¿podemos decir que Juan Ramón Jiménez (JRJ) “mira atentamente” mientras recorre los caminos de Moguer, o que se despoja de todo pensamiento, hasta alcanzar un silencio mental? Naturalmente, la contemplación que afirmo como evidencia en este texto, no responde taxativamente ni a una, ni a otra concepción.
La contemplación en JRJ resulta “puro mirar” para poder “sentir” y despertar lo divino de su ser. Es la imaginería krausista del poeta que se comprende como un dios individual, y donde la poesía se vuelve experiencia estética, y a la vez, religiosa. El mismo JRJ, en “Conversaciones con Ricardo Gullón”, dice :
“La poesía es una tentativa de aproximarse a lo absoluto, por medio de símbolos. Lo universal es lo propio; lo de cada uno elevado a lo absoluto. ¿Qué es Dios sino un temblor que tenemos dentro, una inmanencia de lo inefable? Los místicos lo hacen, o al menos intentan hacerlo, y lo mismo procura a su manera cada cual, interpretándolo a su modo.” (CcJR, 108)
Es evidente que el poeta reconoce el arte como una experiencia religiosa, como un medio de explorar la conciencia, despertar el espíritu, y encontrar la paz interior individual. Por otra parte, así como JRJ entiende que la creación poética implica el desarrollo espiritual inmanente del hombre - y esto también es un indicio de la influencia del círculo krausista de la generación del 98 – también piensa el arte, como una vía para contribuir a la creación de una patria nueva:
“Levantando la poesía del pueblo, también se habrá diseminado la mejor semilla social del pueblo.”
La contemplación en Platero y yo ha de entenderse como una exploración guiada por el arte, en lo profundo de la conciencia individual; exploración que no responde a un proceso racional, pero sí, como toda creación poética, a un proceso intelectual, y a esto, conviene considerarlo en una época obstinada en presentar la poesía como brote del inconsciente.
Ahora sí, podemos recorrer el hilo de la contemplación en este entramado textual de Platero y yo.

El espacio contemplativo en Platero y yo
El autor desde el mismo Prólogo define su espacio contemplativo; así, Moguer se nos revela como un verdadero espacio temático:
¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los
niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa
me dé su lira, alta y , a veces, sin sentido, igual que el trino de la
alondra en el sol blanco del amanecer !
Pero al mismo tiempo ese espacio se construye en lo temporal: el Moguer de su niñez y el Moguer que el poeta encontró a su regreso. Los paseos junto a Platero son narrados de un modo contemplativo. Los paisajes naturales, la realidad social, los recuerdos que fluyen y se funden con el presente narrativo, desatando sentimientos, sensaciones…
A través de la contemplación narrativa es posible acceder a una significación estética, a una significación anclada en la realidad andaluza, y a una significación de lo humano general.
En cada acto contemplativo lo real transmuta en simbolismo, y es éste su valor más preciado. En Platero y yo podemos reconocer cómo lo real de la naturaleza evocada, sufre una trasmutación en imágenes simbólicas capaces de reflejar los tonos y brillos de los cambios estacionales, como una forma de mostrar - a través de los recuerdos - el paso del tiempo y los cambiantes estados de ánimo del poeta.
Como ya lo anticipé en la introducción, mi selección de algunos capítulos de Platero y yo, no responde a una acción azarosa sino al reconocimiento de diferentes momentos-circunstancias en donde la contemplación se hace símbolo. Veamos qué estampas escogí para este trabajo y luego analizaremos por qué han sido elegidas.
• I Platero
• III Juegos al anochecer
• XIX – Paisaje grana
• XXVIII – Remanso
• XXXIII – Los húngaros
• CII - Susto

Siguiendo este rastro contemplativo, podemos decir que en él, la soledad es una melancólica presencia. Si bien el autor nos dice desde el mismo título: Platero y yo, es imposible no reconocer en Platero una presencia ausente, que no tiene voz, pues Platero, en realidad, es hablado por el poeta.
Platero es la mediación entre el yo y la realidad externa, y por ello, opera como elemento imprescindible para que exista la contemplación.

Analicemos la primera estampa: Platero

“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera,
que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los
espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos
de cristal negros.”

No debemos caer en la simplicidad de leer en estos versos una mera descripción lírica de un burro, sino ser capaces de reconocer la operación contemplativa de un personaje complejo, que se nos aparece como un juguete de felpa (“tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra”), pero que según avance el poema se irá transformando en objeto de proyección del propio autor.



Es en su soledad donde el poeta se apoya es este Platero para mirar con ojos críticos y realistas, la sociedad española (Moguer como ejemplo) más allá de que el paisaje moguereño aparezca idealizado, como “un gran panal de luz”, o en múltiples formas cromáticas. Juan Ramón crea un trasfondo ideal en Platero dotándolo de capacidad para entender aquello que él dice, durante sus largos y contemplativos paseos.


Detengámonos ahora, en la tercera estampa: Juegos del Anochecer.
La contemplación tiene un momento: “el crepúsculo”, y un lugar: “la calleja miserable que da al río seco”. ¿Qué es lo que ve el poeta (“Platero y yo”)?... Un juego de niños, está claro, porque esa es “la realidad” ante sus ojos, pero ¿qué contempla? Lo simbólico de una frustración colectiva (lo social) que puede leerse en la fantasía de la infancia, todavía inocente, pero que ha de perecer con el paso del tiempo.
... ¡ Sí, sí ! ¡ Cantad, soñad, niños pobres ! Pronto, al
amanecer vuestra adolescencia, la primavera os asustará, como
un mendigo, enmascarada de invierno.
El desencanto será inevitable, como lo es la fugacidad del tiempo, el paso de la infancia a la vejez, a la muerte… Nada hay por hacer, sólo seguir nuestro camino (destino).
- Vamos Platero...

De este capítulo citado, podemos decir – además - que la contemplación que narra pareciera casual; pues surge en el transitar solitario de JRJ y Platero como un efecto instantáneo de una escena cotidiana. La contemplación se adivina silenciosa, sin diálogo. El silencio entre hombre y burro se traduce en una tensión de soledad y silencio interior del poeta, que se romperá con ese “Vamos Platero…”

Pero, la contemplación narrativa, también se advierte en la estética de la naturaleza filtrada cromáticamente, a través de los ojos de un poeta increíblemente sensible. Esto, pienso, es lo que más impacta de este Platero y yo; la belleza de la poesía, del lirismo encantador que idealiza un paisaje natural, y que contradictoriamente de tan bello resulta triste. Efectivamente, en Platero y yo, el paisaje es un estado anímico.
Los paisajes moguereños se perciben abarrotados de colores, perfumados, con sonidos diversos e incluso con sabores dulces y agrios; estas imágenes sinestésicas resultan ser el efecto simbólico del paisaje real percibido por el alma. Paisaje grana, es un claro ejemplo de ello:

“Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por
sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera. A su
esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las
hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman
el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.”

Esta es la poesía juanramoniana, la que descompone la realidad y la somete a una nueva estética, para adquirir nuevos valores y sentidos. Estética que evidencia la afición de JRJ a la pintura (recordemos que estudió pintura en el Instituto Libre de Enseñanza) y manifiesta, además, la preocupación por la belleza de la poesía, que responde al principio de libertad artística procedente del modernismo.
Pero existe otro tipo de contemplación y que se percibe menos rígida, por la intención dialógica que el poeta expresa. Así, en Remanso, JRJ comienza diciendo:
Espérate, Platero... O pace un rato en ese prado tierno, si lo
prefieres. Pero déjame ver a mí este remanso bello, que no veo
hace tanto años...
Mira cómo el sol, pasando su agua espesa, le alumbra la
honda belleza verdeoro, que los lirios de celeste frescura de la
orilla contemplan extasiados...

Lo mismo ocurre, por ejemplo, en Los Húngaros:

Míralos, Platero, tirados en todo su largor, cómo tienden los
perros cansados el mismo rabo, en el sol de la acera.(…)

Sin embargo, la contemplación opera de maneras diferentes en estos capítulos. Mientras que en Remanso, JRJ se para frente al paisaje trastocado por la mano del hombre en la búsqueda nostálgica de lo que sus ojos captaron en el pasado; en Los Húngaros, contempla la realidad de los marginados y su vida llena de dificultades.

Remanso es el símbolo de la nostalgia:

“(…)déjame ver a mí este remanso bello, que no veo
hace tanto años...”

(…) Este remanso, Platero, era mi corazón antes. Así me lo
sentía, bellamente envenenado, en su soledad, de prodigiosas
exuberancias detenidas...”

Aquí el poeta canaliza en el paisaje vívido por el recuerdo, su sentir interior. Es el revivir experiencias del pasado.
En el caso de Los Húngaros, en cambio, la contemplación opera como una actitud crítica ante una realidad social, más allá de su tono lírico:
“- Ahí tienes, Platero, el ideal de familia de Amaro... Un
hombre como un roble, que se rasca; una mujer, como una parra,
que se echa; dos chiquillos, ella y él, para seguir la raza, y un
mono, pequeño y débil como el mundo, que les da de comer a
todos, cogiéndose las pulgas...”
Se trata de una contemplación que manifiesta la degradación física y moral del ser humano, a través de comparar lo humano con lo animal (hombre y mono) y lo humano con lo vegetal (mujer y parra). Es importante pensar aquí, (Los Húngaros), que JRJ sentía una gran preocupación, a igual que otros intelectuales de la generación del 98, por la falta de educación del pueblo. Esta estampa describe una problemática sociocultural que cae bajo la contemplación de la pobreza e ignorancia de la gente. Es el contraste de la falta de cultura con la belleza natural de Moguer.

Para finalizar, me gustaría citar una de las estampas que en lo personal, de tan simple, me resultó maravillosa. Me refiero a Susto.
En este capítulo, la narración contemplativa se manifiesta inicialmente mediante la utilización de verbos en pasado.

“Era la comida de los niños. Soñaba la lámpara su rosada
lumbre tibia sobre el mantel de nieve, y los geranios rojos y las
pintadas manzanas coloreaban de una áspera alegría fuerte aquel
sencillo idilio de caras inocentes. Las niñas comían como mujeres;
los niños discutían como algunos hombres. Al fondo, dando el
pecho blanco al pequeñuelo, la madre, joven, rubia y bella, los
miraba sonriendo. Por la ventana del jardín, la clara noche de
estrellas temblaba, dura y fría.”

Se trata de una escena íntima familiar violentada por la dramaticidad que provoca una irrupción:

“De pronto, Blanca huyó, como un débil rayo, a los brazos de
la madre. Hubo un súbito silencio, y luego, en un estrépito de sillas
caídas, todos corrieron tras de ella, con un raudo alborotar,
mirando espantados a la ventana.”
¡El tonto de Platero! Puesta en el cristal su cabezota blanca,
agigantada por la sombra, los cristales y miedo, contemplaba,
quieto y triste, el dulce comedor encendido.

Pienso que esta contemplación desde afuera hacia adentro, no es tan simple como parece.
El poeta nos dice que Platero es quien mira por la ventana (¡El tonto de Platero!) “quieto y triste”. ¿Pero está solo?
Platero no habla… de modo que el sentimiento de Platero lo conocemos por la voz de JRJ. En realidad, la contemplación existe en el poeta y Platero lo acompaña en su soledad. ¿Pero quién está quieto y triste verdaderamente? ¿Qué añora JRJ? ¿Acaso su infancia?
Es así como opera la contemplación en Platero y yo. El carácter simbólico sugiere belleza estética, aunque muchas veces nos provoque (a los lectores) interrogantes.
En conclusión, Platero y yo es toda contemplación, pero no una simple contemplación de paisajes naturales de Moguer. Se trata de una contemplación de la realidad social andaluza, de la decadencia de su pueblo en lo económico y cultural, de lo negativo en lo humano general… Pero además, es contemplación profunda de la conciencia individual del poeta que se hace poesía, que se hace belleza a partir de la interiorización subjetiva. Es así, entonces, que Platero y yo, a través de la contemplación se constituye en una compleja unidad estética.
Tú, Platero, estás solo en el pasado. Pero ¿qué más te da el
pasado a ti que vives en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu
mano, grana como el corazón de Dios perenne, el sol de cada
aurora?


Verónica Barchiesi

This entry was posted on jueves, 21 de enero de 2010 at 21:58 and is filed under . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

1 comentarios

Anónimo  

Siempre me gustó platero, lástima que muere.

29 de enero de 2010, 8:35

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